martes, 28 de diciembre de 2010

las panaderias no podrán vender prensa

jueves, 23 de diciembre de 2010

Entrevista a una kioskera

viernes, 17 de diciembre de 2010

kioskeros 2.0 canal de TV

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lunes, 13 de diciembre de 2010

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El niño que vendía periódicos




Fui el mayor de ocho hermanos. Desde niño estuve rodeado por un ambiente de lectura. Entre los 9 y los 13 años acompañaba a mi padre vendiendo periódicos. En aquella época, Palmira presentaba pocas oportunidades de trabajo para la gente pobre. Nosotros nos dedicábamos a vender periódicos por las mañanas, y por las tardes, a fabricar tabacos con mi madre y nuestra abuela María de los Dolores. Muchos hogares sobrevivían con la explotación sin misericordia que ejercían los mediadores de estas fuentes de subempleo. De modo que cuando pude conocer la escuela había leído lo suficiente. En Palmira, los vendedores de periódicos éramos pocos; se destacaban José Lozano de San Pedro y María la 'Negra', del Parque Bolívar. Ellos fueron por entonces los gamonales entre los vendedores de prensa. Cada gamonal dirigía sus agrupaciones.

La geografía del vendedor de periódicos dependía de una división de poderes y territorios. El centro de la ciudad, como La Estación y la Versalles, estaba bajo el dominio de María y sus hijos. Municipal, San Pedro, Zamorano y el Barrio Obrero estuvieron bajo el mando de José Lozano. Como en la guerra y el conflicto armado, en la geografía del vendedor de periódicos había territorios vedados. Nosotros trabajábamos para José Lozano, de modo que tanto María como sus hijos nos consideraban su competencia (enemigos). La gente de María, a diferencia de los vendedores de José Lozano, andaba bien armada y con trayectorias calificadas del bajo mundo, que por entonces se concentraba en los barrios Las Delicias, La Emilia y Loreto. Recuerdo que los hijos de María tuvieron muchas historias contadas entre los calabozos. Auténticos bandidos de las calles.

Un domingo cualquiera, con uno de mis hermanos, tomé como trayectoria la carrera 33 desde la calle 29. Nuestra meta era atravesar casi media ciudad y llegar a casa sin ningún periódico, de paso por la Galería Satélite, la Versalles, tomando la calle 42, luego la carrera 19 y finalmente San Pedro. Efectivamente, llegamos a nuestra casa sin ningún periódico. Estábamos deshechos, las camisas rasgadas, sin pantalones y con golpes en la cara y los brazos y todo el cuerpo adolorido. Nos habían quitado los periódicos y nos habían dado una temeraria lección de guerra urbana. El Palmira, como en Colombia, las calles de las ciudades, como las montañas en los pueblos, tenían dueños. Nos habíamos metido al territorio de los hijos de María. Como si en los años 90 hubiéramos pisado tierras de Carlos Castaño.

Ese rostro oscuro del vendedor de periódicos tuvo, sin embargo, su contraparte. Porque la falta de libros la cubríamos con lectura de prensa. Y, en particular, con los dominicales y las tiras cómicas. Cuando nos quedaban periódicos, podíamos canjearlos al día siguiente, de modo que los ojeábamos con detalle por las tardes. Mi padre tomaba la primera parte. Luego, con mi hermano, leía los dominicales. Hace cuatro décadas, los periódicos contaban con una excelente edición dominical. De modo que los suplementos lograban entregas seriadas de obras literarias y descubrimientos científicos. Recuerdo una entrega sobre literatura centroeuropea: Hermann Broch, Kafka, Bertold Brecht o Elias Canetti. Durante varios años conservamos en archivos la serie dedicada a la Historia de la Astronomía Moderna. Un adolescente de Palmira podía saber por los periódicos en dónde quedaba Praga, Polonia, Ámsterdam, Checoslovaquia, Cambridge, ciudades y países de grandes autores: Hasek, Mandelbrot, Spinoza, Kundera, Virginia Woolf.

Por los periódicos podíamos percibir a los lectores. Por ejemplo, en los barrios populares, la gente prefería el Diario Occidente. Mientras que el periódico El País lo prefería gente de costumbres conservadoras de barrios como el Obrero o El Recreo. Los lectores cultos de dividían entre El Espectador y El Tiempo. La plebe degenerada leía El Espacio. Más tarde llegaría El Caleño, que lo compraban viejos morbosos para ver mujeres desnudas en la contraportada. Y las chismosas buscaban noticias sobre cortes de cabeza o cuerpos rayados por navajas. Con el paso de los años, los periódicos se parecían a la ciudad y los vendedores fueron multiplicando sus miserias. Aquella clasificación original de territorios y geografía del poder también cambiaba. Quienes pudieron comprar bicicletas lograban adaptarles cajones. Luego llegaron las motocicletas y los vendedores de la calle trasladaban sus oficios: unos pasaron a vender lotería, como mi padre, otros fuimos a terminar la educación escolar.

El niño vendedor sabía cuánta cultura auténtica podía contener una sola hoja de periódico, que las voces que hablaban eran las de hombres sabios: León de Greiff, Lucas Caballero, Marta Traba, García Márquez, o filósofos como Danilo Cruz Vélez y Cayetano Betancourt. Cuántas perspectivas se abrían en un mundo pequeño como Palmira, y en un barrio miserable como San Pedro. Toda la economía política que se desarrolló en Colombia durante medio siglo salía de la pluma de Carlos Lleras Restrepo. Las ideas, las cosas y los hechos se parecen mucho más con el paso de los años que con el de las semanas.

¡Con qué alegría se leía en los pueblos! El periódico en mi casa estaba siempre colocado con la Biblia y el Santo Rosario. Fuente de cultura y devoción, la primera, impregnando mi vida por siempre; el segundo, amuletos y fetiches de familias creyentes. Mi padre moriría a sus 39 años, pero cuando tenía 20 leía como los viejos, sumergido con más profundidad que la veloz y apresurada juventud. Podía pasarse horas leyendo hasta el mediodía, hasta quedar pensativo, con una atenta mirada de lector que jamás olvidaré. Hace cincuenta años, en Palmira, como en Colombia, la gente sabía leer de maravilla.

En mi casa de niño había periódicos, tabacos y café para todo el día. Muchas
veces, cuando llevaba los periódicos, encontraba escenas semejantes. Hombres de edad avanzada, con el tabaco o el cigarrillo, que leían que daba gusto, acompañados con largos tragos de café. En los viajes entre Palmira, Florida, Pradera y Buga, en las salas de espera de La Estación o sentados en el Bosque Municipal, se encontraban lectores de periódicos. En Colombia, la evolución de pequeños municipios y ciudades sucedía con relativa naturalidad. Las familias hospedaban familias más pobres, que iban de paso entre Antioquia, el Viejo Caldas y el Valle del Cauca. Explotadores y explotados podían beber en la misma taza el mismo café y fumar disfrutando el mismo tabaco.

Se fueron para siempre José Lozano, mi padre y algunos de mis hermanos. No tengo ni idea de María, la vendedora del Parque Bolívar. No han cambiado muchos lugares, las calles están deterioradas, la Versalles parece detenida en el tiempo, salvando cambios de forma. No tengo conocimiento de si los vendedores madrugan a las 4:30, como en aquella época; de si todavía existe la venta de buñuelos en la carrera 16A con calle 37. De camino hasta el centro de Palmira, cada mañana nos sentábamos con una taza de café, mientras los buñuelos iban saliendo de dos inmensos platones bajo leña.

http://m.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/el-nino-que-vendia-periodicos/8545623/1/home

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Ya esta en el kiosko










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Este es el video emitido por antena 3 sobre el nuevo proyecto "Ya disponible" en los kioskos de prensa de Madrid.