NOELIA Sastre
Hay quien los compara con visitantes extraterrestres apostados en el paisaje urbano de Nueva York, pero, en una descripción mucho más prosaica, los nuevos quioscos de la empresa española Cemusa no son más que cubos de cristal y acero con grandes anuncios iluminados. Y eso ya es decir mucho, porque esta ciudad con aceras y asfalto rotos en mil pedazos, necesita --entre otras muchas cosas-- modernizarse con nuevo mobiliario urbano. Ahí es donde entra la firma madrileña y su contrato de 20 años para colocar 3.300 marquesinas de autobuses (por fin con bancos para esperarlos), 20 baños de pago y 330 quioscos.Las marquesinas han sido bien recibidas. Los quioscos de prensa, no tanto. Muchos nostálgicos prefieren las viejas estructuras desiguales. Los vendedores, más allá del aspecto, se quejan por cuestiones prácticas. Ambos diseños conviven en Union Square. Mur Ali atiende en uno de los nuevos desde agosto. "La cornisa de cristal que sobresale no sirve. Cada vez que llueve entra el agua", explica. "Ayer la arreglaron. Muchos han tenido goteras, pero no ha sido mi caso". ¿Prefiere Ali el viejo quiosco? "Sí, porque no entraba agua ni viento, aunque aquí tengo más espacio". Las goteras han sido un problema, como también los cerrojos (una invitación en bandeja a los ladrones), el diseño estándar o la lenta instalación.El alcalde Michael Bloomberg no hace más que aplaudir el nuevo mobiliario que ya ha reportado 88 millones de euros a la ciudad (más otros 746 millones garantizados en las dos próximas décadas). "Cemusa aporta un look único", subraya. Pero quienes atienden los kioscos --la mayoría procedentes de Pakistán, Bangladesh o la India-- han tenido que esperar más de cinco semanas hasta verlos instalados, según Cemusa por problemas eléctricos.Con los diseños españoles ha llegado una nueva ley para los vendedores de prensa. Hasta el 2003 pagaban a la ciudad por la licencia y, a cambio, eran dueños del quiosco. Ahora la licencia les cuesta 800 euros cada dos años, pero hay un solo propietario: Cemusa. La empresa, que se queda con los beneficios de la publicidad, ha repartido 280 quioscos gratis (los recién llegados al negocio han pagado 20.000 euros) y se ocupa del mantenimiento."Esta industria no crece ni tiene incentivos", aseguran desde la asociación de quiosqueros, que ganan como mucho 30.000 euros al año. El Ayuntamiento, por el contrario, asegura que las peticiones para abrir nuevos quioscos han aumentado. La guerra viene de lejos. En el 2003, la asociación y varios periódicos, entre ellos The New York Times, denunciaron a la ciudad por la citada ley. Perdieron. Bajo las nuevas reglas, todos los quioscos, sin importar su antigüedad, deben ser reemplazados.El arquitecto Tony Hogge celebra la llegada de la luz. "Los antiguos eran muy oscuros", dice. "Los nuevos son fríos y robóticos, sin personalidad", señala la fotógrafa Rachel Barrett. Lo dice con sentimiento porque ha pasado dos años fotografiando los viejos quioscos de Manhattan (www.rachelbarrett.net). "Ahora, todo en Nueva York es una marca", concluye con resignación.
Hay quien los compara con visitantes extraterrestres apostados en el paisaje urbano de Nueva York, pero, en una descripción mucho más prosaica, los nuevos quioscos de la empresa española Cemusa no son más que cubos de cristal y acero con grandes anuncios iluminados. Y eso ya es decir mucho, porque esta ciudad con aceras y asfalto rotos en mil pedazos, necesita --entre otras muchas cosas-- modernizarse con nuevo mobiliario urbano. Ahí es donde entra la firma madrileña y su contrato de 20 años para colocar 3.300 marquesinas de autobuses (por fin con bancos para esperarlos), 20 baños de pago y 330 quioscos.Las marquesinas han sido bien recibidas. Los quioscos de prensa, no tanto. Muchos nostálgicos prefieren las viejas estructuras desiguales. Los vendedores, más allá del aspecto, se quejan por cuestiones prácticas. Ambos diseños conviven en Union Square. Mur Ali atiende en uno de los nuevos desde agosto. "La cornisa de cristal que sobresale no sirve. Cada vez que llueve entra el agua", explica. "Ayer la arreglaron. Muchos han tenido goteras, pero no ha sido mi caso". ¿Prefiere Ali el viejo quiosco? "Sí, porque no entraba agua ni viento, aunque aquí tengo más espacio". Las goteras han sido un problema, como también los cerrojos (una invitación en bandeja a los ladrones), el diseño estándar o la lenta instalación.El alcalde Michael Bloomberg no hace más que aplaudir el nuevo mobiliario que ya ha reportado 88 millones de euros a la ciudad (más otros 746 millones garantizados en las dos próximas décadas). "Cemusa aporta un look único", subraya. Pero quienes atienden los kioscos --la mayoría procedentes de Pakistán, Bangladesh o la India-- han tenido que esperar más de cinco semanas hasta verlos instalados, según Cemusa por problemas eléctricos.Con los diseños españoles ha llegado una nueva ley para los vendedores de prensa. Hasta el 2003 pagaban a la ciudad por la licencia y, a cambio, eran dueños del quiosco. Ahora la licencia les cuesta 800 euros cada dos años, pero hay un solo propietario: Cemusa. La empresa, que se queda con los beneficios de la publicidad, ha repartido 280 quioscos gratis (los recién llegados al negocio han pagado 20.000 euros) y se ocupa del mantenimiento."Esta industria no crece ni tiene incentivos", aseguran desde la asociación de quiosqueros, que ganan como mucho 30.000 euros al año. El Ayuntamiento, por el contrario, asegura que las peticiones para abrir nuevos quioscos han aumentado. La guerra viene de lejos. En el 2003, la asociación y varios periódicos, entre ellos The New York Times, denunciaron a la ciudad por la citada ley. Perdieron. Bajo las nuevas reglas, todos los quioscos, sin importar su antigüedad, deben ser reemplazados.El arquitecto Tony Hogge celebra la llegada de la luz. "Los antiguos eran muy oscuros", dice. "Los nuevos son fríos y robóticos, sin personalidad", señala la fotógrafa Rachel Barrett. Lo dice con sentimiento porque ha pasado dos años fotografiando los viejos quioscos de Manhattan (www.rachelbarrett.net). "Ahora, todo en Nueva York es una marca", concluye con resignación.
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